Desde aquí quiero compartir con todo aquel que quiera seguirme, mis visitas a bodegas, mis preguntas a los productores de vino, las que me hacen los clientes en el restaurante, los comentarios con compañeros, mis botellas abiertas… en fin, mi manera de vivir y entender el mundo del vino; pero hoy no voy a escribir sobre vino, ni viñas, ni viticultores, quiero empezar con un aperitivo, un cóctel sour venido directamente de Chile, país que he visitado recientemente y del que tuve que volver antes de tiempo. No, no es un Pisco sour, éste no tiene nada que ver con las uvas, os propongo que preparemos un Whisky sour.
Como sumiller hay que tener nociones de todas las bebidas que se sirven en la sala del restaurante, los aperitivos nos preparan el estómago para digerir mejor la comida, pero también nos regala un tiempo de disfrute, de una «ante mesa» a veces desperdiciada por el hambre, leemos con calma la carta de platos, nos relajamos mientras discutimos las opciones del menú, paramos un momento para dar un trago largo mientras observamos a los otros comensales, cotilleamos, miramos y nos dejamos ver, nos hacemos al lugar y sobre todo compartimos una bebida con las personas de la mesa. Los hay que son fieles a un aperitivo, no cambian de cóctel y da gusto verles cómo disfrutan de su momento. Con el tiempo, esa bebida la asociamos a una persona determinada con la que hemos compartido mesa en muchas ocasiones, nos transporta incluso a un local y es la excusa perfecta para ir de barra en barra y decidir dónde nos lo preparan mejor, a nuestro gusto, pues bien, eso es lo que me pasa a mi con el Whisky sour y mi madre, su aperitivo. Su preferido se lo tenían preparado en La Venta cuando entraba por la puerta, con Barcelona a los pies.
El vino, los cócteles, son mucho más que una bebida, son cultura, tradición, esfuerzo, moda, conversación, diversión… pero lo mejor de todo es poder compartirlos y desde éstas líneas quiero recordar a mi madre disfrutando con un whisky sour compartido.